adriabbb
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SÍ.... 25 horas de vuelo en 4 aviones distintos y haciendo escala en Istambul, Singapur, Bali, Lombok y después de 3 días en barco por el mar de Java. Hice realidad uno de mis sueños que tenía des de hacia varios años, pisar el Parque Nacional de Komodo para conocer el SAURIO más grande del mundo, el Dragón de Komodo. Mis únicas referencias eran los documentales y libros, pero tenía que verlo para creerlo, una "lagartija" de 4,5 m y que puede alcanzar los 18 Km./h.
Fue una travesía dura pero muy gratificante. Llegué a la Isla de Komodo hacia las 7 de la mañana. La noche anterior no había apenas dormido, las cucarachas de mi "camarote" (recinto de no más de 2 m2 y sin ventanas) rondaban sin parar y fornicaban sin para a la luz de mi linterna como si de la luna llena se tratara.
Después de una ligero desayuno (os puedo asegurar que con el mareo que llevaba encima no te apetecía comer más que lo mínimo para no deshidratarte) desembarcamos al pequeño muelle flotante de la Isla.
Allí un "ranger" nos esperaba, no me lo podía creer, allí estaba yo, delante de un tío, el ranger, con la camiseta de la selección española de fútbol del mundial del 94 (como mínimo) e iba a adentrarme a la selva en busca de la “Bestia”.
Pronto me daría cuenta de que la selva no era más que el fruto de una falsa ilusión que me había creado. La isla era desértica, solo sobresalían algunas palmeras verdes que resaltaban sobre el color azul celeste del mar coralino que se divisaba en el fondo.
Nos pusimos a andar todo el grupo, unas 10 personas entre holandeses, belgas, franceses y británicos, todos permanecíamos en silencio y a la expectativa, como si un gran acontecimiento tuviera que suceder. Solo se escuchaban algunas cacatúas de moño amarillo (C. sulphurea) que volaban a lo lejos como si estuvieran allí para avisar de nuestra presencia.
Todo pasó muy deprisa, estábamos observando un monstruoso enjambre de abejas de más de 1m3 ubicado en las ramas de un árbol a unos 3 metros de distancia de nuestras cabezas, cuando de repente unos matorrales cercanos se movieron. A unos 15 metros de distancia pude localizar a un ejemplar de Varanus komodensis “no muy grande” de unos 2,5m, sin pensarlo empecé a correr detrás de él (mentira, lo pensé 5 veces y hasta que no estuve seguro de que la dirección que había tomado el enorme varano no era hacia a mi, no empecé a seguirlo) para intentar fotografiarlo pero fue imposible, a los pocos metros mi pulmón empezaba a salirme por la boca, el calor sofocante que hacia en la isla era horrorosamente mortal. Acababa de ver mi primer ejemplar en libertad.
Mientras seguíamos andando bajo el sol abrasador pudimos ver el “alimento vivo” de los dragones: jabalís, ciervos, búfalos, monos…
Al final del día llegué a contar 7 individuos. Acababa de hacer mi sueño realidad.
Quería más y más no me conformaba en estar solo unas horas en el Parque, así que el día siguiente mi aventura continuaría. Iba a visitar la segunda isla donde se pueden observar los dragones, la isla de Rinca.
Volvimos a subir a nuestro “barco” (por no decir patera) y nos dirigimos a Rinca Island, pero antes nos detuvimos para hacer una última para.
Esta parada iba a ser inolvidable, estábamos en Red Beach (playa roja). Debido a la gran concentración de coral rojo la arena de la playa era roja!!!!! No pude retenerme, en cuanto el barco paró, cogí mi equipo de snorkel y mi cámara subacuática (150 € me costó la cámara y la carcasa, no os creéis que soy un niño rico, jeje) y para que contaros más …..uffff parecía que nunca en la vida el hombre hubiera puesto el pie en este fondo marino, corales enormes, peces payasos jugando con sus anémonas e intentando defenderse atacando mi cámara (a lo mejor pensaban que era una nave extraterrestre), peces trompeta, ballestas…. En fin una parada que recordaré toda la vida.
El día siguiente me desperté con la sonrisa en los labios, como un niño con zapatos nuevos, era el único esperando el desayuno (tardaron 45 minutos a servirme). Quería ser el primero en adentrarme en la isla para reencontrarme con la bestia más bonita que había visto jamás.
Y así fue, a los pocos minutos vi el primer ejemplar del día, estaba cogiendo energía bajo aquel sol irresistible (no se que sol tendrán en Indonesia, pero os aseguro que es 4 veces más grande que el nuestro. No veas que calor). La foto que hay más abajo es de este ejemplar y junto a él, yo (con cara de dormido no me extraña, con el madrugón que me pegué), para hacer fe de que lo que cuento es verdad.
Paso a paso íbamos adelantando en el sendero, junto a él, huesos de búfalos asiáticos eran los únicos rastros de que aquella isla no era el mundo feliz de Heidi, habían depredadores, asesinos natos. Ahora que lo pienso, si podían matar y devorar a un búfalo de 700 kilos aprox. me podían comer a mí como aperitivo (solo peso 65 k) menos mal que cuando no estas allí esto ni se te pasa por la cabeza. (Ole mis huevos).
Fue una travesía dura pero muy gratificante. Llegué a la Isla de Komodo hacia las 7 de la mañana. La noche anterior no había apenas dormido, las cucarachas de mi "camarote" (recinto de no más de 2 m2 y sin ventanas) rondaban sin parar y fornicaban sin para a la luz de mi linterna como si de la luna llena se tratara.
Después de una ligero desayuno (os puedo asegurar que con el mareo que llevaba encima no te apetecía comer más que lo mínimo para no deshidratarte) desembarcamos al pequeño muelle flotante de la Isla.
Allí un "ranger" nos esperaba, no me lo podía creer, allí estaba yo, delante de un tío, el ranger, con la camiseta de la selección española de fútbol del mundial del 94 (como mínimo) e iba a adentrarme a la selva en busca de la “Bestia”.
Pronto me daría cuenta de que la selva no era más que el fruto de una falsa ilusión que me había creado. La isla era desértica, solo sobresalían algunas palmeras verdes que resaltaban sobre el color azul celeste del mar coralino que se divisaba en el fondo.
Nos pusimos a andar todo el grupo, unas 10 personas entre holandeses, belgas, franceses y británicos, todos permanecíamos en silencio y a la expectativa, como si un gran acontecimiento tuviera que suceder. Solo se escuchaban algunas cacatúas de moño amarillo (C. sulphurea) que volaban a lo lejos como si estuvieran allí para avisar de nuestra presencia.
Todo pasó muy deprisa, estábamos observando un monstruoso enjambre de abejas de más de 1m3 ubicado en las ramas de un árbol a unos 3 metros de distancia de nuestras cabezas, cuando de repente unos matorrales cercanos se movieron. A unos 15 metros de distancia pude localizar a un ejemplar de Varanus komodensis “no muy grande” de unos 2,5m, sin pensarlo empecé a correr detrás de él (mentira, lo pensé 5 veces y hasta que no estuve seguro de que la dirección que había tomado el enorme varano no era hacia a mi, no empecé a seguirlo) para intentar fotografiarlo pero fue imposible, a los pocos metros mi pulmón empezaba a salirme por la boca, el calor sofocante que hacia en la isla era horrorosamente mortal. Acababa de ver mi primer ejemplar en libertad.
Mientras seguíamos andando bajo el sol abrasador pudimos ver el “alimento vivo” de los dragones: jabalís, ciervos, búfalos, monos…
Al final del día llegué a contar 7 individuos. Acababa de hacer mi sueño realidad.
Quería más y más no me conformaba en estar solo unas horas en el Parque, así que el día siguiente mi aventura continuaría. Iba a visitar la segunda isla donde se pueden observar los dragones, la isla de Rinca.
Volvimos a subir a nuestro “barco” (por no decir patera) y nos dirigimos a Rinca Island, pero antes nos detuvimos para hacer una última para.
Esta parada iba a ser inolvidable, estábamos en Red Beach (playa roja). Debido a la gran concentración de coral rojo la arena de la playa era roja!!!!! No pude retenerme, en cuanto el barco paró, cogí mi equipo de snorkel y mi cámara subacuática (150 € me costó la cámara y la carcasa, no os creéis que soy un niño rico, jeje) y para que contaros más …..uffff parecía que nunca en la vida el hombre hubiera puesto el pie en este fondo marino, corales enormes, peces payasos jugando con sus anémonas e intentando defenderse atacando mi cámara (a lo mejor pensaban que era una nave extraterrestre), peces trompeta, ballestas…. En fin una parada que recordaré toda la vida.
El día siguiente me desperté con la sonrisa en los labios, como un niño con zapatos nuevos, era el único esperando el desayuno (tardaron 45 minutos a servirme). Quería ser el primero en adentrarme en la isla para reencontrarme con la bestia más bonita que había visto jamás.
Y así fue, a los pocos minutos vi el primer ejemplar del día, estaba cogiendo energía bajo aquel sol irresistible (no se que sol tendrán en Indonesia, pero os aseguro que es 4 veces más grande que el nuestro. No veas que calor). La foto que hay más abajo es de este ejemplar y junto a él, yo (con cara de dormido no me extraña, con el madrugón que me pegué), para hacer fe de que lo que cuento es verdad.
Paso a paso íbamos adelantando en el sendero, junto a él, huesos de búfalos asiáticos eran los únicos rastros de que aquella isla no era el mundo feliz de Heidi, habían depredadores, asesinos natos. Ahora que lo pienso, si podían matar y devorar a un búfalo de 700 kilos aprox. me podían comer a mí como aperitivo (solo peso 65 k) menos mal que cuando no estas allí esto ni se te pasa por la cabeza. (Ole mis huevos).