MACABRO TRÁFICO DE MASCOTAS
SON LOS otros «ilegales» que cruzan nuestras fronteras. Vienen en furgonetas clandestinas, en las peores condiciones imaginables. Un 30% muere en la travesía. Otros, a las pocas semanas de ser vendidos en España. Hablamos de perros traídos de países del Este. Un gran negocio
Granja de perros intervenida hace un mes en el Molar, (Madrid).
Ya en casa, Lolo se negó a comer. Ni las caricias de Aurora, que horas antes lo había comprado para regalárselo a su hermana en su 11 cumpleaños, animaban al pequeño yorkshire a que saliera de su letargo. Nada extraño, pensó en principio la joven. Al fin y al cabo, era su primer día en casa y hacía sólo mes y medio que el nuevo miembro de la familia -«muy deseado por todos»- había abandonado el vientre materno en un criadero lejano de Hungría.
Además, tampoco había motivos para preocuparse demasiado, pues en la tienda Multipez, situada en el centro comercial Plaza Norte de San Sebastián de los Reyes, a las afueras de Madrid, le aseguraron que el animal, pese a la debilidad mostrada, gozaba de buena salud. Nada más lejos de la realidad. Una semana después de llegar al hogar de los Romero, el cachorro se vino abajo.
«Empezaron a darle espasmos cada vez más seguidos y violentos. Se quedaba sin aire, con los ojos en blanco, como si estuviera muerto... Ya ni bebía. Era un puro hueso», recuerda Aurora Romero, al borde de las lágrimas. Hasta que un veterinario amigo, al que habían llegado casos similares en estos últimos dos años, dio con los males que el vendedor habría ocultado: úlceras en los ojos, infecciones intestinales, sarna, hernia en los testículos... Lolo se salvó de milagro.
La suya no es una historia aislada. Cada año, unos 30.000 perros (muchos de ellos sin vacunar, incluso de la rabia, y con infecciones contagiosas graves) entran en el boyante mercado canino español desde países del Este. Madrid, Granada y Barcelona son los principales destinos de los traficantes. El viaje, de unas 30 horas de duración -generalmente desde Hungría, aunque también parten de la República Checa o de Rumanía- se realiza en las peores condiciones higiénicas imaginables. «Vienen hacinados en furgonetas o en camiones, metidos en jaulas minúsculas sin luz, llenas de excrementos y parásitos. Un 30% de los perros se muere en la travesía», asegura la presidenta de Amnistía Animal, Matilde Cubillo. Enfermos y extenuados, los que sobreviven son colocados en tiendas abiertas al público o adquiridos por revendedores sin escrúpulos que no dudan en anunciarse como criadores en internet.
Es el penúltimo paso de un macabro y lucrativo negocio que, asegura a CRONICA una fuente del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil, amenaza con extenderse por toda la geografía nacional. «Tenemos abierta una operación para identificar a las personas que están detrás de este negocio». Y más en época navideña, cuando la demanda de mascotas se dispara. Un bóxer, por ejemplo, que en Hungría le ha costado al traficante 60 euros, aquí puede venderse por 700, 900 o 1.000. Suma muy exigua, la de 60 euros, si se compara con nuestro nivel de vida, pero que en aquel país, como en los de su entorno, representa el salario mínimo de un un funcionario o de un obrero.
CARRETERAS SECUNDARIAS
El viaje -con parada en la localidad francesa de Menton, cerca de la frontera con Italia, donde la policía gala detuvo el pasado 20 de diciembre un camión procedente de Hungría con 146 cachorros para el mercado español- suele hacerse preferentemente por carreteras secundarias, por la noche y a salvo de controles. Lo que aún desconocen la Guardia Civil y los agentes rurales de Cataluña (el equivalente al Seprona) es el recorrido exacto y los lugares en los que los escurridizos mercaderes de perros húngaros descargan una vez que ya han entrado en España. Cada transporte puede traer entre 400 y 1.000 ejemplares, en su mayoría menores de cuatro meses.
GRANJAS DE RABIA
«El drama es que muchos de estos cachorros tienen una esperanza de vida muy corta. Se mueren a la semana o a los 15 días». Por las manos de Patricia Alfaro, veterinaria de Madrid, han pasado numerosas víctimas del Este. «Los perros, además de traer enfermedades hereditarias incurables, debido a que los cruzan de manera incontrolada en la granjas húngaras, vienen con moquillo o parvovirus. Y, en muchos casos, ni siquiera los de tres o cuatro meses han sido vacunados de la rabia, como exige la normativa española. Son un peligro real y los dueños ni lo saben».
Tampoco Juan Ramón sabía que su carlino apenas le duraría 11 meses. Como el de Aurora, la dueña del yorkshire Lolo, el suyo fue un calvario desde el comienzo. Todo empezó en La Casa del Criador, en pleno corazón del Rastro madrileño. «El de la tienda, que decía ser veterinario, me dijo que le diera antibióticos durante los cinco primeros días. El tipo lo que quería era tapar los síntomas de una enfermedad mientras el perro estaba en garantía. Así que dejamos de dárselos. Nos fuimos a un veterinario de confianza y nos dijo que el carlino tenía los glóbulos rojos por los suelos y varias infecciones. Nada de lo que nos había asegurado el de la tienda era verdad, ni siquiera el chip del perro estaba dado de alta en España. Luego me enteré de que era de un país del Este. Al final se nos murió con mucho sufrimiento».
Otra de las argucias que utilizan los vendedores para revalorizar los cachorros importados consiste en hacerse con una perra con pedigrí y plantarse en la Real Sociedad Canina de España con una camada de la misma raza, asegurando que son de la misma familia. Un requisito sencillo y barato que le da al comerciante la posibilidad de vender sus perros sin papeles con un pedigrí que aumenta su precio en unos 60 euros. Gato por liebre.
«La trampa», denuncia la presidenta de la Asociación Nacional Amigos de los Animales, Pilar del Cañizo, «es muy común, pues ni siquiera se comprueba si el ADN de los perros se corresponde con el de la supuesta madre»... Y a forrarse.
SON LOS otros «ilegales» que cruzan nuestras fronteras. Vienen en furgonetas clandestinas, en las peores condiciones imaginables. Un 30% muere en la travesía. Otros, a las pocas semanas de ser vendidos en España. Hablamos de perros traídos de países del Este. Un gran negocio
Granja de perros intervenida hace un mes en el Molar, (Madrid).
Ya en casa, Lolo se negó a comer. Ni las caricias de Aurora, que horas antes lo había comprado para regalárselo a su hermana en su 11 cumpleaños, animaban al pequeño yorkshire a que saliera de su letargo. Nada extraño, pensó en principio la joven. Al fin y al cabo, era su primer día en casa y hacía sólo mes y medio que el nuevo miembro de la familia -«muy deseado por todos»- había abandonado el vientre materno en un criadero lejano de Hungría.
Además, tampoco había motivos para preocuparse demasiado, pues en la tienda Multipez, situada en el centro comercial Plaza Norte de San Sebastián de los Reyes, a las afueras de Madrid, le aseguraron que el animal, pese a la debilidad mostrada, gozaba de buena salud. Nada más lejos de la realidad. Una semana después de llegar al hogar de los Romero, el cachorro se vino abajo.
«Empezaron a darle espasmos cada vez más seguidos y violentos. Se quedaba sin aire, con los ojos en blanco, como si estuviera muerto... Ya ni bebía. Era un puro hueso», recuerda Aurora Romero, al borde de las lágrimas. Hasta que un veterinario amigo, al que habían llegado casos similares en estos últimos dos años, dio con los males que el vendedor habría ocultado: úlceras en los ojos, infecciones intestinales, sarna, hernia en los testículos... Lolo se salvó de milagro.
La suya no es una historia aislada. Cada año, unos 30.000 perros (muchos de ellos sin vacunar, incluso de la rabia, y con infecciones contagiosas graves) entran en el boyante mercado canino español desde países del Este. Madrid, Granada y Barcelona son los principales destinos de los traficantes. El viaje, de unas 30 horas de duración -generalmente desde Hungría, aunque también parten de la República Checa o de Rumanía- se realiza en las peores condiciones higiénicas imaginables. «Vienen hacinados en furgonetas o en camiones, metidos en jaulas minúsculas sin luz, llenas de excrementos y parásitos. Un 30% de los perros se muere en la travesía», asegura la presidenta de Amnistía Animal, Matilde Cubillo. Enfermos y extenuados, los que sobreviven son colocados en tiendas abiertas al público o adquiridos por revendedores sin escrúpulos que no dudan en anunciarse como criadores en internet.
Es el penúltimo paso de un macabro y lucrativo negocio que, asegura a CRONICA una fuente del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil, amenaza con extenderse por toda la geografía nacional. «Tenemos abierta una operación para identificar a las personas que están detrás de este negocio». Y más en época navideña, cuando la demanda de mascotas se dispara. Un bóxer, por ejemplo, que en Hungría le ha costado al traficante 60 euros, aquí puede venderse por 700, 900 o 1.000. Suma muy exigua, la de 60 euros, si se compara con nuestro nivel de vida, pero que en aquel país, como en los de su entorno, representa el salario mínimo de un un funcionario o de un obrero.
CARRETERAS SECUNDARIAS
El viaje -con parada en la localidad francesa de Menton, cerca de la frontera con Italia, donde la policía gala detuvo el pasado 20 de diciembre un camión procedente de Hungría con 146 cachorros para el mercado español- suele hacerse preferentemente por carreteras secundarias, por la noche y a salvo de controles. Lo que aún desconocen la Guardia Civil y los agentes rurales de Cataluña (el equivalente al Seprona) es el recorrido exacto y los lugares en los que los escurridizos mercaderes de perros húngaros descargan una vez que ya han entrado en España. Cada transporte puede traer entre 400 y 1.000 ejemplares, en su mayoría menores de cuatro meses.
GRANJAS DE RABIA
«El drama es que muchos de estos cachorros tienen una esperanza de vida muy corta. Se mueren a la semana o a los 15 días». Por las manos de Patricia Alfaro, veterinaria de Madrid, han pasado numerosas víctimas del Este. «Los perros, además de traer enfermedades hereditarias incurables, debido a que los cruzan de manera incontrolada en la granjas húngaras, vienen con moquillo o parvovirus. Y, en muchos casos, ni siquiera los de tres o cuatro meses han sido vacunados de la rabia, como exige la normativa española. Son un peligro real y los dueños ni lo saben».
Tampoco Juan Ramón sabía que su carlino apenas le duraría 11 meses. Como el de Aurora, la dueña del yorkshire Lolo, el suyo fue un calvario desde el comienzo. Todo empezó en La Casa del Criador, en pleno corazón del Rastro madrileño. «El de la tienda, que decía ser veterinario, me dijo que le diera antibióticos durante los cinco primeros días. El tipo lo que quería era tapar los síntomas de una enfermedad mientras el perro estaba en garantía. Así que dejamos de dárselos. Nos fuimos a un veterinario de confianza y nos dijo que el carlino tenía los glóbulos rojos por los suelos y varias infecciones. Nada de lo que nos había asegurado el de la tienda era verdad, ni siquiera el chip del perro estaba dado de alta en España. Luego me enteré de que era de un país del Este. Al final se nos murió con mucho sufrimiento».
Otra de las argucias que utilizan los vendedores para revalorizar los cachorros importados consiste en hacerse con una perra con pedigrí y plantarse en la Real Sociedad Canina de España con una camada de la misma raza, asegurando que son de la misma familia. Un requisito sencillo y barato que le da al comerciante la posibilidad de vender sus perros sin papeles con un pedigrí que aumenta su precio en unos 60 euros. Gato por liebre.
«La trampa», denuncia la presidenta de la Asociación Nacional Amigos de los Animales, Pilar del Cañizo, «es muy común, pues ni siquiera se comprueba si el ADN de los perros se corresponde con el de la supuesta madre»... Y a forrarse.